SANTA SOFÍA.-
En el año 476, se produjo la caída del Imperio Romano
de Occidente, dividiéndose el territorio en centros independientes de poder.
Por esta razón el Imperio de Oriente se convirtió en el único sucesor legítimo
del Imperio Romano y principal potencia del Mediterráneo en todos los planos.
El emperador Justiniano accedió al trono en el año 527, momento en que
comienza la época de esplendor político y cultural del Imperio Bizantino. El
nuevo emperador, motivado por la idea de renovar el antiguo Imperio Romano,
concibió su imperio como un Imperio Cristiano. Santa Sofía, también llamada Hagia
Sophia que significa “Divina Sabiduría”, fue parte de la reforma cristiana
desarrollada por Justiniano.
Antes de la monumental construcción justinianea,
existía ya en Constantinopla una Hagia Sophia terminada en la época de Teodosio
II en 415. Justiniano, un siglo más tarde, con la motivación de realzar aún más
su poder, decidió realizar una construcción mucho más grandiosa y exuberante.
Parece que antes de que la revuelta Niká se desatara en 532, Justiniano ya
tenía en la cabeza y en planos la construcción de una nueva basílica, ya que en
poco más de un mes después de la revuelta, ya se había comenzado a construir su
gran iglesia. En la arquitectura paleocristiana anterior, los maestros de obra
habían dominado la arquitectura, pero para la edificación de Santa Sofía, se
requería mucho más que simples maestros de obra: se necesitaba científicos. Por
esta razón, Justiniano buscó matemáticos conocedores del arte abstracto (no
práctico) de la construcción, con el fin de elaborar un edificio nunca antes
imaginado.
Y eso eran Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto:
matemática pura. “Nos gustaría pensar que no eran arquitectos en principio,
pero que se convirtieron en tales cuando se les requirió que elaboraran los
planos y cálculos de un edificio”. Estos
dos hombres estaban alejados de la práctica de la construcción, desconociendo
la tradición de la construcción romana predominante en aquel tiempo. Y fue
debido a este desconocimiento, que tenían la libertad inventiva indispensable
para crear un templo cristiano como nunca antes se había construido. Antemio de
Tralles no dudaba de su habilidad para edificar a Santa Sofía porque creía que
la arquitectura no es sino “la aplicación de la geometría a la materia sólida.
Irónicamente, su aplicación de la geometría abstracta en la arquitectura llegó
al punto de construir con materia sólida, un templo que parecía desolidificado,
hecho en el aire. Eso era lo que buscaba Justiniano: una construcción
verdaderamente digna de Dios. Él ordenó su construcción “con el propósito
expreso de empequeñecer todo otro edificio religioso. Y efectivamente fue el
templo cristiano más grande construido hasta el momento, e incluso durante casi
un milenio, hasta 1520 cuando se completó la catedral de Sevilla.
LA BATALLA DE
RONCESVALLES.-
Batalla de Roncesvalles: Primera derrota de
Carlomagno
Carlomagno, rey de los francos, construyó un gran imperio que
abarcaba varios países de Europa occidental, incluida la Marca Hispánica,
un conjunto de condados, dependientes del Imperio Carolingio, ubicado en los
Pirineos y que servía de frontera defensiva entre el territorio franco y el de
la España musulmana.
En
el año 777 Carlomagno forma una alianza militar con algunos líderes árabes para
derrocar al emir de Córdoba, Abderramán I. Por este motivo, el rey franco
acudió a Zaragoza con un número importantísimo de tropas, pero lo que me interesa
reseñar, no es la batalla entre francos
y musulmanes, sino la que sucedió en el regreso de este gran ejército
carolingio a territorio francés.
En
agosto de 778, el ejército franco fue emboscado y recibió un duro golpe, duro y
hasta entonces único. Nunca antes había ocurrido, hablamos pues, de la primera
derrota militar de Carlomagno.
No se
conoce exactamente el lugar de la batalla, probablemente fue en Valcarlos
(Navarra), próximo al desfiladero de Roncesvalles (Navarra). Tampoco se
sabe a ciencia cierta la identidad de los atacantes: vascones (habitantes de
Navarra y parte de Aragón, La Rioja y Guipúzcoa), árabes o ambos, aunque en
la mayoría de las fuentes atribuyen el ataque a tribus vasconas.
Sea
quien fuere, se abalanzaron sobre la retaguardia del ejército franco, formada
por 20.000 hombres al mando de Roldán, sobrino de Carlomagno. Aprovechando
la estrechez del paso atacaron con dardos, piedras y un armamento bastante
inferior al franco, lo que no fue obstáculo para que los francos fueran
aniquilados, incluido su comandante Roldán (o Roland). Sus armas y armaduras
pesadas no les fueron muy útiles contra unos ligeros guerreros salidos de la
nada y que actuaban con rapidez y desde una posición más elevada.
Estos
vascones, tras alzarse con la victoria en la batalla, se hicieron con un
suculento botín y desaparecieron rápidamente del lugar. Esta derrota supuso un extraordinario
golpe para el Imperio de Carlomagno, siendo uno de los episodios más recordados
durante la Edad Media, y que inspiró en el siglo XII el poema más importante
de la épica medieval francesa, el Cantar de Roldán (“La Chançon de Roland”).
Para
completar un poco este texto quisiera añadir cierta información del porqué de
esta batalla. Tras la retirada franca del sitio de Zaragoza, el Rey Carlomagno
notaba como su prestigio se iba a ver dañado a su vuelta tras este fracaso, y
además, como era costumbre en aquella época, le iba a salir bastante cara esta
expedición por no haber causado saqueo alguno
para sus tropas y nobles llevados hasta allí. Es por ello que decidió arrasar
la ciudad de Pamplona a pesar de que era vasallo suya para contentar un poco
los ánimos de su ejército, así como todos los pueblos y caseríos que se
encontraran por el camino. A raíz de esto, se convocaron a todos los vascones a
través de los montes juraderos para vengar estas afrentas en los desfiladeros
pirenaicos donde tenían ventaja táctica ante aquel inmenso ejército. Así
acudieron tanto navarros (de ambos lados del pirineo), guipuzcoanos, incluso
riojanos y ribereños que siendo musulmanes tenían lazos familiares y vasallaje
con los norteños.
CONTESTA:
a) ¿Cómo se llamó el abuelo de Carlomagno? ¿En qué gesta
se distinguió?
b) Establece la diferencia entre condado y marca.
c)
¿Cuál era el objetivo de Carlomagno al atravesar la Marca?
d) ¿Qué relación
tenía Roland con Carlomagno?
e) Además de la emboscada, ¿qué fue un gran
problema para los soldados francos?
f)
¿Cómo se conoció en Francia el episodio de Roncesvalles?
g) ¿Qué decisión
tomó Carlomagno para no enfadar a sus tropas?
h) Observa el
mapa y contesta:
. Ciudades españolas dentro de la Marca Hispánica:…………………………………………
. Río que sirve de frontera entre el reino asturiano y el
emirato cordobés…………………..
. Ciudades francesas que aparecen……………………………………………………………..
. Nombre del río que pasa por Zaragoza:…… ..; por Toledo:………;
por Córdoba:……….
OBLIGACIONES DEL ISLAM.-
Tienen
cinco obligaciones:
1.
Recitar la shahada o credo musulmán: "¡No hay más dios que Allah y Mahoma
es el enviado de Allah!" Los almuecines la proclaman desde los minaretes
cinco veces al día. Los creyentes tienen que repetirla a lo largo de la
jornada.
2.
Hacer las plegarias al alba, al mediodía, al anochecer y por la noche. Las
plegarias se hacen individualmente, excepto el viernes a mediodía , que es
cuando los hombres deben de reunirse en la mezquita. Se debe hacer en lengua
árabe, sobre una alfombra, descalzo y orientado hacia la Meca. Hay que
purificarse lavándose con agua o arena. El estado de impureza legal de la mujer
-la menstruación- la dispensa de rezar, de hacer el remadán y de la
peregrinación. Los viernes al mediodía los hombres van a la mezquita para la
plegaria, presidida ordinariamente por un imán, que es como un delegado de la
comunidad. El imán de cada mezquita es elegido por la gente del barrio.
3.
Dar la limosna legal. Hay tres clases de limosnas:
-
limosna legal: es la única obligatoria, que viene a ser como una especie de
impuesto religioso.
-
limosna privada: el Corán habla de ella con frecuencia y que se tiene que dar
incluso a un no creyente musulmán.
-
las donaciones que se hacen para favorecer al Islam: construir mezquitas,
escuelas coránicas, beneficencia, etc.
4.
El ramadán. El ayuno anual. Durante el mes del ramadán los musulmanes tienen el
deber de hacer ayuno, o sea, no comer, ni beber, ni fumar, ni mantener
relaciones sexuales, desde el amanecer hasta el ocaso. A partir de este
momento, el ayuno finaliza y todo lo prohibido vuelve a estar permitido. El
ayuno tiene casi el mismo sentido que la limosna: el desprenderse de los bienes
de este mundo por la privación.
5.
La peregrinación a la Meca. La debe hacer todo musulmán que tenga buena salud y
que disponga de medios económicos, por lo menos una vez en la vida. Allí
realizan tres ritos fundamentales:
-
Dan siete vueltas al santuario en sentido contrario al recorrido solar y luego
recorren siete veces en camino de ida y vuelta el espacio que separa las dos
colinas que la rodean.
-
A los ocho días van a la llanura de Arafa,t a 25 kms. de la Meca , donde pasan
rezando todo el noveno día. Por la noche van al torrente de Mina y allí todo el
mundo lapida tres estelas que representan al Diablo lapidado. Luego se
sacrifican los corderos.
-
La veneración de la Piedra Negra.
Para
muchos musulmanes hay, además de estas cinco prescripciones, una más: la
llamada al-yihad o Guerra Santa. No todos los musulmanes piensan así. La Guerra
Santa se considera como una obligación del conjunto de la comunidad musulmana y
no como un deber individual.
EL
CALENDARIO MUSULMÁN.-
Existen
varios calendarios. Los cristianos usamos el calendario gregoriano que es el
solar. Los musulmanes utilizan el calendario musulmán, que es lunar. Ellos
cuentan los años a partir de la Hégira (la Hégira es el viaje que Mahoma hace
de la Meca a Medina) en el año 622 de nuestra era. Para los musulmanes el
calendario hegiriano comienza el 16 de julio del 622. Para pasar de un
calendario a otro hay que hacer unos simples cálculos. Para pasar del
calendario musulmán al calendario gregoriano (al nuestro), se multiplica la
cifra del año por 0,97 (diferencia entre el año lunar y el solar) y se añade
622. Veamos un ejemplo: El año 1420 de la era hegiriana es el 1420 x 0,97 =
1377 + 622 = 1999 de nuestra era. Pasar del calendario gregoriano al calendario
musulmán se hace de la siguiente manera: se resta 622 de la cifra del año y se
divide por 0,97: El año 1999 de la era cristiana es el 1999-622 = 1377:0,97 =
1420 de la era hegiriana.
La batalla del Guadalete
En abril o mayo del año 711 un ejército al
mando de Tariq cruzó el Estrecho, en el
momento en que el rey Rodrigo se encontraba en el norte combatiendo a los
vascones. Las dificultades que el desplazamiento por mar representaban para un
pueblo sin tradición marítima como los árabes, hacen poco probable que las
tropas musulmanas fueran muy numerosas: entre siete y nueve mil soldados, la
mayoría de ellos beréberes, algunos libertos de diverso origen y una minoría
privilegiada de árabes. Tariq se atrincheró en el peñón que recibiría después
su nombre (Chabal Tariq:
Gibraltar, la “montaña de Tariq”), a la espera de la llegada del grueso de sus
tropas. Los relatos árabes cuentan que Tariq, tras poner pie en tierra firme,
dirigió la oración arengando a sus tropas a triunfar o morir y que, para
asegurarse, mandó quemar la flotilla que les había llevado hasta allí.
Tariq inició su ofensiva con la toma de
Carteya (ciudad romana próxima a Algeciras), después de lo cual se dirigió al
oeste e instaló su base de operaciones en lo que hoy es Algeciras (la "isla verde", al-Yazirat al-jadra). Entretanto, el
rey Rodrigo regresó precipitadamente de su campaña contra los vascones y mandó
reunir sus tropas en Córdoba.
Todo indica que la batalla no fue de gran
envergadura, ya que las fuerzas de Tariq eran escasas y Rodrigo probablemente
no pudo reclutar gran número de guerreros debido a que su centro de poder era
territorialmente limitado. Es posible que sólo le acompañaran las tropas de la
casa real y las fuerzas que pudiera reclutar en sus posesiones de la Bética , ya que, por otra
parte, no se trataría de una invasión en toda regla. Probablemente, la fulminante victoria de las fuerzas árabes
se debió al desconocimiento cristiano de las tácticas de combate de los árabes.
La probable muerte de Rodrigo, la destrucción de su “comitatus”, su guardia real y la nobleza cortesana, dieron al
enfrentamiento su carácter decisivo.
Los restos de las maltrechas tropas
visigodas se habían refugiado en Écija. Hasta allí las persiguió Tariq y obtuvo
una nueva victoria casi definitiva. Muchos descontentos se fueron uniendo a las
tropas de Tariq, que encontró la colaboración de la población judía, muy
castigada por las persecuciones a la que la había sometido la católica
monarquía visigoda. Desde Écija, Tariq inició un paseo militar que le llevó a
conquistar Córdoba y Toledo sin apenas resistencias, aniquilando así los restos
del reino visigodo. De esta forma comenzaba la historia secular de al-Ándalus.
ROMANCE EL REINO PERDIDO
Las huestes de don Rodrigo
desmayaban y huían
cuando en la octava batalla sus enemigos vencían.
Rodrigo deja sus tiendas y del real se salía,
solo va el desventurado, sin ninguna compañía;
el caballo de cansado ya moverse no podía,
camina por donde quiera sin que él le estorbe la vía.
El rey va tan desmayado que sentido no tenía;
muerto va de sed y hambre, de velle era gran mancilla;
iba tan tinto de sangre que una brasa parecía.
Las armas lleva abolladas, que eran de gran pedrería;
la espada lleva hecha sierra de los golpes que tenía;
el almete de abollado en la cabeza se hundía;
la cara llevaba hinchada del trabajo que sufría.
Subióse encima de un cerro, el más alto que veía;
desde allí mira su gente cómo iba de vencida;
de allí mira sus banderas y estandartes que tenía,
cómo están todos pisados que la tierra los cubría;
mira por los capitanes, que ninguno parescía;
mira el campo tinto en sangre, la cual arroyos corría.
Él, triste de ver aquesto, gran mancilla en sí tenía,
llorando de los sus ojos desta manera decía:
«Ayer era rey de España, hoy no lo soy de una villa;
ayer villas y castillos, hoy ninguno poseía;
ayer tenía criados y gente que me servía,
hoy no tengo ni una almena, que pueda decir que es mía.
¡Desdichada fue la hora, desdichado fue aquel día
en que nací y heredé la tan grande señoría,
pues lo había de perder todo junto y en un día!
¡Oh muerte!, ¿por qué no vienes y llevas esta alma mía
de aqueste cuerpo mezquino, pues se te agradecería?
cuando en la octava batalla sus enemigos vencían.
Rodrigo deja sus tiendas y del real se salía,
solo va el desventurado, sin ninguna compañía;
el caballo de cansado ya moverse no podía,
camina por donde quiera sin que él le estorbe la vía.
El rey va tan desmayado que sentido no tenía;
muerto va de sed y hambre, de velle era gran mancilla;
iba tan tinto de sangre que una brasa parecía.
Las armas lleva abolladas, que eran de gran pedrería;
la espada lleva hecha sierra de los golpes que tenía;
el almete de abollado en la cabeza se hundía;
la cara llevaba hinchada del trabajo que sufría.
Subióse encima de un cerro, el más alto que veía;
desde allí mira su gente cómo iba de vencida;
de allí mira sus banderas y estandartes que tenía,
cómo están todos pisados que la tierra los cubría;
mira por los capitanes, que ninguno parescía;
mira el campo tinto en sangre, la cual arroyos corría.
Él, triste de ver aquesto, gran mancilla en sí tenía,
llorando de los sus ojos desta manera decía:
«Ayer era rey de España, hoy no lo soy de una villa;
ayer villas y castillos, hoy ninguno poseía;
ayer tenía criados y gente que me servía,
hoy no tengo ni una almena, que pueda decir que es mía.
¡Desdichada fue la hora, desdichado fue aquel día
en que nací y heredé la tan grande señoría,
pues lo había de perder todo junto y en un día!
¡Oh muerte!, ¿por qué no vienes y llevas esta alma mía
de aqueste cuerpo mezquino, pues se te agradecería?
FAVILA Y EL OSO.-
Hace unos días nos
quedábamos en el momento en que Don Pelayo se autoproclamaba Rey de Asturias.
Con la crónica de su victoria sobre las tropas musulmanas, muchos fueron los
nobles visigodos e hispanorromanos que se le unieron. Mención especial hay que
hacer a la base del ejército de Don Pelayo, un cúmulo de montañeses, de mayoría
hispanorromana, que prácticamente fueron unificados a la fuerza por el nuevo
autoproclamado Rey de Asturias, Don Pelayo.
Tras fortalecer su ejército, Don Pelayo corre a la toma de Gijón, a fin de cortarle la retirada a las tropas musulmanas que huían. Sin demora se pone en marcha y alcanza la meta, Gijón, aniquilando a la desbandada guarnición musulmana que la defendía.
A pesar de controlar la ciudad más importante de Asturias en el momento, Pelayo, que de táctica y estrategia militar algo sabía, decide salir de Gijón y situar la capital del nuevo Reino Cristiano de Asturias en Cangas de Onís, a sabiendas de la superioridad militar musulmana y de la ventaja que otorgaba a los rebeldes el abrupto y escarpado terreno montañoso. Desde allí gobernaría su nuevo reino, y recibiría a los cristianos sorprendidos, ilusionados y emocionados por las crónicas de su victoria sobre los invasores musulmanes.
A pesar de tratar de extender su reino, no sería hasta el reinado de Alfonso I en 740 d.C. que se expandiese el reino asturiano a zonas de Galicia y al oriente asturiano. Pelayo murió y fue despedido con honores militares y reales en 737 d.C. dejando el reino en manos de su hijo, Favila.
Este joven, primogénito de Pelayo, sólo pudo disfrutar durante dos años de su reinado. Ajeno a cualquier conflicto bélico con los musulmanes, dado que estos se preocupaban más de extenderse por el sur francés que de dominar los territorios escarpados y tremendamente duros del noroccidente de la Península, no tuvo grandes problemas para ser proclamado Rey, dada la costumbre hereditaria visigoda anterior a la invasión musulmana.
Cuenta la leyenda, que un desafortunado día, en una acción cazando en las montañas, Don Favila fue asesinado por un oso. No hay que olvidar que es bastante viable dado el número de osos que poblaban el territorio, así como los hábitos reales de la cacería de osos, que aún se extienden a nuestros días. Pues bien, el pobre neófito en el trono es muy pronto eliminado, y su cuñado, Alfonso I el Católico, casado con la hija de Pelayo Ermesinda, accede al trono conocido como Alfonso I El Católico.
Analicemos pues, el caso de Favila. Otros le llamaban Fafila. Pero en aras de un nombre menos ridículo, que no responda a la pronunciación de ciertos montañeses astures, le llamaremos Favila. Dada la nulidad de los avances en su reino puede considerársele una auténtica carga para el nuevo estado independiente de Al-Andalus. No obstante, como hijo varón de Pelayo, y dado el carácter hereditario de la monarquía, no quedaba otra que hacerle rey.
El bueno de Favila decidió, como tantas otras veces, irse de caza en vez de hacer algo por su reino. Cabe destacar que ni siquiera se preocupó por desplazar la capital del reino astur a otro emplazamiento. Sólo se dedicó a vivir de sus privilegios. En esta situación, algunos dicen que debido a la tradición visigoda, decidió partir en busca de un oso. Digo tradición pues cuenta la leyenda que era tradicional que como prueba de masculinidad y hombría, para pasar de joven a adulto, como en tantas otras tribus, incluso actuales, el candidato debía dar caza a un oso salvaje.
El caso es que el bueno de Favila se perdió en la montaña en busca de su presa. Tanto se inmiscuyó en esa labor, que nunca volvió. Cuenta la leyenda que un oso criminal y asesino mató al bueno de Favila con sus garras. Ya era torpe, el bueno de Favila, convertido en cazador cazado.
Otras teorías de la historia más moderna apuntan más a un crimen político, del tipo que ocupó a los visigodos tantas veces, que a un pobre oso convertido en regicida. No sería de extrañar que un enviado de su cuñado, sabido es el odio que se tiene siempre por los cuñados, hubiese asesinado al bueno de Favila en aras de ostentar el trono. Y dado el gusto de los visigodos por estas labores, no me sorprendería que Alfonso, ahora Alfonso I de Asturias, decidiese hacerse con el nuevo trono asturiano.
Ya lo ven. Un oso regicida o un cuñado cabreado. Yo me inclino por el cuñado y la costumbre visigoda de poner y quitar rey a su antojo. Pobre Favila y pobre oso...
Tras fortalecer su ejército, Don Pelayo corre a la toma de Gijón, a fin de cortarle la retirada a las tropas musulmanas que huían. Sin demora se pone en marcha y alcanza la meta, Gijón, aniquilando a la desbandada guarnición musulmana que la defendía.
A pesar de controlar la ciudad más importante de Asturias en el momento, Pelayo, que de táctica y estrategia militar algo sabía, decide salir de Gijón y situar la capital del nuevo Reino Cristiano de Asturias en Cangas de Onís, a sabiendas de la superioridad militar musulmana y de la ventaja que otorgaba a los rebeldes el abrupto y escarpado terreno montañoso. Desde allí gobernaría su nuevo reino, y recibiría a los cristianos sorprendidos, ilusionados y emocionados por las crónicas de su victoria sobre los invasores musulmanes.
A pesar de tratar de extender su reino, no sería hasta el reinado de Alfonso I en 740 d.C. que se expandiese el reino asturiano a zonas de Galicia y al oriente asturiano. Pelayo murió y fue despedido con honores militares y reales en 737 d.C. dejando el reino en manos de su hijo, Favila.
Este joven, primogénito de Pelayo, sólo pudo disfrutar durante dos años de su reinado. Ajeno a cualquier conflicto bélico con los musulmanes, dado que estos se preocupaban más de extenderse por el sur francés que de dominar los territorios escarpados y tremendamente duros del noroccidente de la Península, no tuvo grandes problemas para ser proclamado Rey, dada la costumbre hereditaria visigoda anterior a la invasión musulmana.
Cuenta la leyenda, que un desafortunado día, en una acción cazando en las montañas, Don Favila fue asesinado por un oso. No hay que olvidar que es bastante viable dado el número de osos que poblaban el territorio, así como los hábitos reales de la cacería de osos, que aún se extienden a nuestros días. Pues bien, el pobre neófito en el trono es muy pronto eliminado, y su cuñado, Alfonso I el Católico, casado con la hija de Pelayo Ermesinda, accede al trono conocido como Alfonso I El Católico.
Analicemos pues, el caso de Favila. Otros le llamaban Fafila. Pero en aras de un nombre menos ridículo, que no responda a la pronunciación de ciertos montañeses astures, le llamaremos Favila. Dada la nulidad de los avances en su reino puede considerársele una auténtica carga para el nuevo estado independiente de Al-Andalus. No obstante, como hijo varón de Pelayo, y dado el carácter hereditario de la monarquía, no quedaba otra que hacerle rey.
El bueno de Favila decidió, como tantas otras veces, irse de caza en vez de hacer algo por su reino. Cabe destacar que ni siquiera se preocupó por desplazar la capital del reino astur a otro emplazamiento. Sólo se dedicó a vivir de sus privilegios. En esta situación, algunos dicen que debido a la tradición visigoda, decidió partir en busca de un oso. Digo tradición pues cuenta la leyenda que era tradicional que como prueba de masculinidad y hombría, para pasar de joven a adulto, como en tantas otras tribus, incluso actuales, el candidato debía dar caza a un oso salvaje.
El caso es que el bueno de Favila se perdió en la montaña en busca de su presa. Tanto se inmiscuyó en esa labor, que nunca volvió. Cuenta la leyenda que un oso criminal y asesino mató al bueno de Favila con sus garras. Ya era torpe, el bueno de Favila, convertido en cazador cazado.
Otras teorías de la historia más moderna apuntan más a un crimen político, del tipo que ocupó a los visigodos tantas veces, que a un pobre oso convertido en regicida. No sería de extrañar que un enviado de su cuñado, sabido es el odio que se tiene siempre por los cuñados, hubiese asesinado al bueno de Favila en aras de ostentar el trono. Y dado el gusto de los visigodos por estas labores, no me sorprendería que Alfonso, ahora Alfonso I de Asturias, decidiese hacerse con el nuevo trono asturiano.
Ya lo ven. Un oso regicida o un cuñado cabreado. Yo me inclino por el cuñado y la costumbre visigoda de poner y quitar rey a su antojo. Pobre Favila y pobre oso...
Giovanni Cherubini define la aldea medieval como "una agrupación estable de familias instaladas en un espacio de aprovechamiento económico, y que formaba un término de límites reconocidos por otras aldeas". Para Giovanni, en el grupo existía un alto grado de convivencia y unas relaciones económicas y sociales que favorecían el sentimiento de pertenencia a un grupo concreto.
Si bien las aldeas medievales compartieron una serie de rasgos comunes, como el de "constituir agrupaciones estables" en "términos geográficos delimitados" y "orientados a la explotación económica", también fueron muy diferentes en el tiempo, lo que convierte en muy distintas a una aldea del siglo X en comparación con una aldea del siglo XV.
Dimensiones de la aldea medieval
Las dimensiones de una aldea medieval variaban en función del lugar de ubicación. Así, en las regiones más montañosas y más boscosas las aldeas eran más pequeñas, y estaban compuestas por cuatro o cinco familias que sumaban generalmente entre 25 o 30 miembros en total. Como ejemplo de este tipo de aldeas pequeñas podemos citar las aldeas gallegas, asturianas o vascas de la época.En otros casos, las aldeas contaban con más familias, generalmente entre 20 y 40 familias. Este tipo de aldeas más amplias se daban en lugares más secos y más llanos. Lugares especialmente dedicados a la agricultura, que en aquella época se situaban en tierras de Castilla y de Cataluña, de forma especial.
El número de familias dependía, además, del término geográfico del que dispusiera la aldea. En aquella época cada aldea tenía reconocido un espacio físico de cultivo y de bosque. Así, si el número de habitantes de la aldea sufría un aumento excesivo, el espacio reconocido podría no ser suficiente para garantizar el alimento de todos los miembros de la aldea.
Composición de la familia campesina
Las familias campesinas eran, fundamentalmente, familias nucleares, es decir, que se trataba de familias constituidas por padres e hijos. Esto era así ya que en aquella época la esperanza de vida era muy corta, situándose en torno a los 30 o 35 años. También hay que tener en cuenta que en aquella época había un alto índice de mortandad, y sólo la mitad de los niños y niñas solía llegar a cumplir los diez años de edad.Este alto índice de mortandad existente en la época llevaba a las familias campesinas de entonces a intentar compensarlo con la búsqueda de una prole numerosa. De esta forma, lo normal en aquellas aldeas era que cada familia tuviese un número de hijos amplio, que generalmente solía oscilar entre los siete y los ocho hijos.
Las viviendas de los campesinos
La vivienda campesina de la época medieval consistía, generalmente, en un habitáculo rectangular con unas dimensiones muy pequeñas, que oscilaban entre los ocho y los diez metros de largo por tres o cuatro metros de ancho. Estas casas campesinas carecían de ventanas y sus muros generalmente estaban construidos con maderas y con barro.Su distribución interior era muy sencilla, consistiendo básicamente en dos espacios, uno de ellos reservado para los animales y el otro reservado para las personas. El espacio central del habitáculo era el fuego y el perol, generalmente colgado del techo y en torno al cual se comía y se dormía. Para dormir bastaban unas brazadas de paja extendidas en el suelo.
Este tipo de viviendas fueron modificándose y recibiendo ciertas mejoras a partir del siglo XIII. A partir de esta fecha los materiales empleados para su construcción fueron más duraderos, empleándose piedra o granito en el norte y adobe en tierras de Castilla. El perol perdió su lugar central y el espacio dedicado a las personas se dividió entre el dedicado a la cocina y el dedicado a dormitorio.
La alimentación en la aldea medieval
La base de la dieta en la aldea medieval estaba compuesta por legumbres cocidas, harina y carne de cerdo. La patata todavía era una gran desconocida y la dieta se completaba con algunos frutos silvestres. La dieta también contemplaba algunos ajos, cebollas, queso y pan. Las bebidas más frecuentes para acompañar a la dieta eran el vino, la sidra y la cerveza.La vida cotidiana en la aldea medieval
El ritmo de cualquier aldea medieval estaba marcado por la luz solar. Las labores diarias comenzaban al salir el sol y finalizaban con su ocultación. Generalmente, el día quedaba dividido en tres partes, la primera parta abarcaba desde el alba hasta una hora antes del mediodía, momento en que se realizaba la comida principal.La segunda parte del día era la comprendida entre la comida y la puesta de sol, momento en el que se realizaba la cena. Después de la cena, sobre todo en invierno cuando las noches eran más largas, llegaba el momento de las conversaciones y de los cuentos y oraciones en familia. Un momento empleado para descansar y compartir.
LOS MONASTERIOS MEDIEVALES
El origen del monacato
Los orígenes del monacato se sitúan en el siglo III en el Mediterráneo
oriental, donde, partiendo de la necesidad de un mayor compromiso religioso,
numerosos eremitas y anacoretas decidieron llevar una vida ascética en
solitario, siguiendo el modelo de santos como ElÍas o Juan. Sin embargo,
también se desarrollaron formas de vida religiosa en comunidad; fue el caso de
los cenobitas, que querían imitar a los apóstoles.
Durante los siglos V a VIII, en Europa destacaron dos corrientes
monásticas: los monjes celtas irlandeses,
comunitarios y fuertemente ascéticos, y los que seguían la regla de san Benito
de Nursia. Las órdenes irlandesas estaban muy relacionadas con las reglas
monásticas orientales; san Columbano, en el siglo VI, fue su principal
impulsor. Fue un rígido monje que exigía a sus comunidades que vivieran con
descanso y alimentación mínimos, sometiendo sus cuerpos a terribles castigos
para evitar la sensualidad. Este ascetismo y mortificación de la carne
impulsaba a los monjes a buscar refugio en lugares inhóspitos, donde su
existencia resultara aún más extrema.
La regla de san Benito
El monasterio benedictino fue el germen de la arquitectura monástica
occidental. Benito de Nursia se retiró a los veinte años para llevar una vida
de ermitaño. Muy pronto, imitaron su ejemplo numerosos discípulos, atraídos por
su santidad. Refugiado con algunos de ellos en Monte Cassino, en la comarca
italiana de Campania, el santo escribió la “Regula Sancti Benedicti”, la norma
que gobernó la vida monástica de todo el medioevo, según la cual los monjes
debían rezar y trabajar (“ora et labora”) de manera equilibrada.
Para ello se prestaba especial atención a la organización del horario, lo que
determinó un mejor aprovechamiento de la luz y de las condiciones climáticas.
Carlomagno mandó hacer una copia de la regla y ordenó su disposición
en todos los monasterios del Imperio, hecho que contribuyó a la rápida
extensión del benedictismo por toda Europa. Aunque la regla no
específica las características de los edificios monásticos, en época carolingia
se definió su esquema. Hasta la actualidad ha llegado el plano del monasterio
suizo de Saint Gallen, conservado en el reverso de una biografía de san Martín.
Gracias a él sabemos cÓmo era la distribución planimétrica de un monasterio del
siglo IX, muy parecida a la de los posteriores centros cluniacenses. Al igual
que sucede con todos los monasterios medievales, el emplazamiento de Saint
Gallen no se eligió al azar, estaba en un lugar protegido y bien abastecido de
agua, con una buena cantera, un bosque frondoso y unas ruinas romanas en sus
cercanías...
Los cluniacenses
En el año 910, Guillermo, duque de Aquitania, fundó el monasterio de
Cluny en tierras de Borgoña, que donó a los benedictinos, otorgándoles amplios
privilegios. Éstos decidieron reformar la regla, ya que para entonces se
encontraba muy alejada en la práctica de sus propósitos iniciales. La reforma
restó importancia al trabajo manual e intelectual frente a los oficios divinos.
Este renovado espíritu religioso propició un nuevo estilo artístico más
místico; la austeridad del régimen de vida condujo a la creación de un nuevo
espacio arquitectónico.
El esquema de la edificación no quedaba al puro arbitrio de la
agrupación conventual, se regía por estrictas normas constructivas, en función
de la vida cotidiana de los monjes; en lo fundamental, se tomaba como modelo la
villa romana de explotación rural. En síntesis, este plano básico del
monasterio constaba de cuatro conjuntos arquitectónicos diferenciados por su
funcionalidad. El complejo quedaba articulado en torno al claustro, un área
cuadrangular con un jardín en su centro. En él, los monjes gozaban dé un rincón
de paz donde podían recogerse dentro de la comunidad, reflexionar sobre temas
espirituales y realizar sus plegarias. El claustro estaba rodeado por una
galería cubierta desde la que se accedía a las diferentes estancias, que
comunicaban frecuentemente con la iglesia, el refectorio y la sala capitular.
En el segundo piso se situaban los dormitorios de los monjes.
Esta distribución podía variar en función de diversos elementos, como
las características o el clima del territorio. La presencia de otras estancias,
como las dedicadas a la vida económica, estaba supeditada a la importancia o la
riqueza de cada centro. Los amplios campos de explotación agrícola y el
considerable número de monjes dependientes del monasterio hacían necesaria la
edificación de almacenes, bodegas, establos, despensas, locales
administrativos, etc. El palacio del abad podía ser también testigo del
prestigio adquirido por el monasterio.
Un tercer conjunto arquitectónico estaría asociado a la vida cultural
desarrollada en el monasterio, cuyo eje se centra en la biblioteca y el “scriptorium”,
además de en la escuela de novicios.
Por último, otras dependencias servían para relacionar al monasterio
con el exterior. La hospedería daba cobijo a ¡os peregrinos que se hallaban de
paso, aunque en muchas ocasiones albergaba a visitantes de renombre. También
era importante la labor de beneficencia del monasterio, donde se socorría a
pobres, enfermos y desheredados en hospitales o lazaretos.
En suma, el monasterio estaba concebido fundamentalmente como lugar de
plegaria más que de trabajo, pero, sobre todo, era un ámbito donde los monjes
se dedicaban por completo al servicio de Dios. Alejados, pues, de una vida
dependiente del trabajo manual, era necesario que el recinto fuese un remanso
de paz que procurase un agradable retiro y aislamiento a sus moradores. Las
edificaciones debían tener una medida justa y apropiada para la comunidad y, en
cualquier caso, debían facilitar la vida litúrgica, los oficios y las
oraciones.
Cluny, tomado como modelo de monasterio por antonomasia, contribuyó
decisivamente a la difusión por toda Europa de las soluciones del estilo
románico empleadas en su construcción. Sus abades se empeñaron en convertirlo
en una segunda Roma, una aspiración a la que no era ajena la idea de lo bello
al servicio de la liturgia, ya que se consideraba que el esplendor y la pureza
de las formas externas eran sumamente importantes para honrar a Dios
debidamente.
Los cistercienses
El poder y la opulencia que hablan alcanzado los monjes de Cluny —la
iglesia de la casa madre, tras sucesivas ampliaciones, llegó a ser la más
grande de la cristiandad— rompía con la máxima benedictina del “ora et labora”;
durante todo el siglo XI se sucedieron los intentos de restaurar los principios
fundamentales de la regla. Finalmente, lo consiguió el monje Roberto, que en
1089 se retira al bosque de Citeaux, en Borgoña, en compañía de otros
hermanos. En la nueva orden del Císter se prohibió el lujo, tanto en el
vestido, como en la comida y en la vivienda, por lo que los monasterios se
construyeron siguiendo líneas extremadamente austeras. Esta austeridad propició
la creación de edificios desprovistos de decoración, en los que lo principal
era la estructura arquitectónica en sí misma. Un nuevo estilo, el gótico, se
ajustó perfectamente a los deseos expresados por estos monjes; la fundación de
los monasterios cistercienses favoreció la expansión del estilo por todos los
rincones del continente.
Los Sitios de Alcocer
El primer sitioSegún datos aportados por el Cantar del Cid, Rodrigo Díaz y sus gentes cercan el lugar de Alcocer por espacio de quince semanas. Transcurrido este período de tiempo, el de Vivar y sus tropas simulan una precipitada huida aguas abajo del Jalón, dejándose en su campamento base (Torrecid, según teorías actuales) una tienda de campaña.
Los moros de Alcocer al ver que huye el cristiano y abandona parte de su impedimenta, salen del castillo, dejando las puertas abiertas, para adelantarse en la toma del botín a sus convecinos de Terrer.
El Cid, que analiza la situación en su fingida huida, cuando cree que los de Alcocer están lo suficientemente lejos de su población como para no poder regresar, vuelve grupas a su caballos "cazando" en campo abierto a unos desprevenidos musulmanes a los que infringe 300 bajas (táctica militar del tornafulle).
Seguidamente el Cid se instala en Alcocer, lugar en el que permanecerá un escaso espacio de tiempo conviviendo con los musulmanes del lugar, pues según el no merecía la pena matarlos y venderlos como esclavos le sería difícil y costoso.
El segundo sitio
Al enterarse el rey Tamin de Valencia (históricamente Abu-Bakr, vasallo de Al-Muqtadir de Zaragoza) que el Cid había conquistado Alcocer, envía a sus generales Fariz y Gllave a reintegrar el asentamiento a la causa islámica, por ello, el cid pasa de sitiador a sitiado por unas tropas musulmanas que le ponen cerco durante tres semanas, al cabo de las cuales, tras una situación insostenible para las huestes del castellano, el Cid decide presentar batalla en campo abierto y a pesar de la diferencia numérica, los moros eran 3000 frente a los 600 cristianos, estos obtienen una memorable victoria tras dar muerte a 1300 musulmanes y herir grvemente a sus generales poniéndoles en fuga, por ello, Fariz de refugia en Terrer y Galve en Calatayud, (En Ateca existe la tradición de que en el término del Ballestar el Cid guerreó contra los musulmanes).
En el campo de batalla el Campeador obtuvo importantes beneficios, entre los que se encontraban cuantiosas armas, oro, plata y 520 caballos, de los cuales envía 30, completamente equipados, al rey Alfonso VI.
Finalmente el Cid (cidi = león = señor), al darse cuenta de que aquel terreno pocas ganancias mñas le podría aportar, vende Alcocer a los musulmanes de Ateca, Terrer y Calatayud por 3000 marcos de plata para continuar camino, aguas arriba del Jiloca, en dirección Valencia, instalándose en un poyo sobre Monreal (Poyo del Cid) que tiene unas características geo-estacionarias muy similares a las de Torrecid,, desde donde cobrará los correspondientes impuestos a los moros de Daroca, Molina, Teruel y el valle del río Martín.
LA BATALLA DE LAS NAVAS DE TOLOSA.-
También era lunes aquel 16 de julio de 1212 y, como hoy, hacía un calor
infernal al pie de Sierra Morena cuando la España cristiana propinó un duro
golpe a los musulmanes en la Batalla
de las Navas de Tolosa, decisiva en la Historia de España. Tanto, que hay
quien habla de aquel 16 de julio de hace ocho siglos como el día D de la
Reconquista.
Castellanos, aragoneses y navarros
dejaron atrás sus peleas territoriales y sus disputas de linaje para unirse
frente a las tropas de la Media Luna que capitaneaba Muhammad An-Nasir, más conocido por los cristianos como
Miramamolín. El califa almohade había reunido un poderoso ejército, se cree que
de hasta 200.000 hombres, con la intención de barrer de la península a los
reinos cristianos y completar así la obra que su padre inició años atrás en la batalla
de Alarcos.
A Alfonso VIII de Castilla aún le dolía esa derrota sufrida
veinte años atrás (1195) y ante la caída del castillo de Salvatierra, que suponía la amenaza musulmana
sobre Toledo, solicitó la ayuda del Papa Inocencio III, que llamó a la cruzada
contra los musulmanes, y logró que Pedro
II de Aragón y Sancho VII El Fuerte de Navarra le secundaran en su
ofensiva. Faltó el rey de León Alfonso IX, pero sí acudieron sus caballeros.
El 14 y 15 de julio de 1212 ya
estaban dispuestos en el campo de batalla más de 100.000 musulmanes dirigidos
por el califa y unos 70.000 cristianos, entre castellanos, aragoneses,
navarros, portugueses, cruzados franceses, además de maestros del Temple y de
San Juan. Se estima que murieron unos 20.000 árabes y 12.000 cristianos. Fue
una de las batallas más sangrientas y más trascendentes de la Edad Media. «No
se la cita como una de las grandes batallas de la historia del mundo y
seguramente ellos no fueron conscientes que habían destrozado al Islam, pero
realmente fue el principio de su fin».
El ejército cristiano se había ido reuniendo
durante el verano de 1212 y avanzó hacia el sur al encuentro de las huestes almohades,
que les doblaban en número. Cuenta la tradición que un
pastor guió a los cristianos en su paso por Despeñaperros para así poder
atacar a los moros por la espalda. Llegó a las Navas, a cuatro kilómetros de lo
que hoy es Santa Elena, el viernes 13 de julio y después de dos días de
escaramuzas, los cristianos decidieron atacar. El vizcaíno don Diego López II de Haro capitaneó la primera carga de las
tropas cristianas. Los musulmanes intentaron repetir la estrategia que tan
buenos resultados les había dado en Alarcos, simulando una retirada para
contraatacar con sus mejores soldados después. Los cristianos se lo esperaban y
la segunda línea de combate estaba preparada, pero no era suficiente para hacer
frente al ejército almohade.
En ese decisivo momento, los tres
reyes cristianos al frente de sus hombres se lanzan a la batalla en una carga
que resultó imparable. El rey Sancho VII de Navarra, con los doscientos caballeros navarros
se dirigieron directamente hacia la tienda roja de Al-Nasir, que guardaban los
imesebelen, la Guardia Negra procedente de Senegal, que se enterraban en el
suelo y se anclaban con grandes cadenas, para luchar o morir. Según la
tradición, Sancho VII el Fuerte rompió las cadenas, que se incorporarían
después al escudo de Navarra junto a la esmeralda del turbante del
califa, que logró huir a Jaén. Miramamolín moriría un año después de la
derrota.
Cuentan que tras la batalla, en la
tarde del 16 de julio de hace hoy ocho siglos, Alfonso VIII recorrió junto al
Arzobispo de Toledo, don Rodrigo Jiménez de Rada, el terrible escenario de la
carnicería. De este botín se conserva el pendón de Las Navas en el Monasterio de Las Huelgas en
Burgos, considerado el mejor tapiz almohade en España. En la iglesia de San Miguel Arcángel de Vilches se conserva la Cruz de
Arzobispo de don Rodrigo, una bandera, una lanza de los soldados que
custodiaban a Miramamolín y la casulla con la que el arzobispo ofició misa el
mismo día de la batalla de las Navas de Tolosa.
LOS ALMOGÁVARES
Madrugando el siglo XIV,
el emperador de Bizancio pidió ayuda para frenar el avance de los turcos, y la
corona de Aragón envió sus temibles Compañías Catalanas. Lo hizo para
quitárselas de encima. Estaban integradas por almogávares: mercenarios
endurecidos en las guerras de la
Reconquista y en el sur de Italia. Sus oficiales, de mayoría
catalana, eran también aragoneses, navarros, valencianos y mallorquines. En
cuanto a la tropa, el núcleo principal procedía de las montañas de Aragón y
Cataluña; pero las relaciones mencionan apellidos de Granada, Navarra, Asturias
y Galicia.
Feroces y rápidos, armados con equipo ligero, combatían a pie en orden abierto, con extrema crueldad, y entraban en combate bajo la señera cuatribarrada de Aragón. Sus gritos de guerra eran “Aragón, Aragón”, y el terrible, el legendario: “Desperta, ferro”. La historia es larga, tremenda, difícil de resumir.
Seis mil quinientos almogávares recién desembarcados en Grecia destrozaron a fuerzas turcas muy superiores, matando en la primera batalla a trece mil enemigos, sin dejar con vida -eran tiempos ajenos al talante, al buen rollito y al diálogo entre civilizaciones- a ningún varón mayor de diez años. En la segunda vuelta, de veinte mil turcos sólo escaparon mil quinientos. Y, tras escaramuzas menores, en una tercera escabechina los almogávares se cepillaron a dieciocho mil más. Eran letales como guadañas. Además, entre batalla y batalla
españoles a fin de cuentas- pasaban el rato apuñalándose entre sí por disputas internas, o despachando a terceros en plan chulito, como los tres mil genoveses a los que por un quítame allá esas pajas acuchillaron en Constantinopla, durante una especie de botellón que terminó como el rosario de la aurora.
A esas alturas, claro, el emperador Andrónico II se preguntaba, con los huevos por corbata, si había hecho bien contratando a semejantes bestias. Así que su hijo Miguel invitó a cenar a Roger de Flor, que era el jefe, y a los postres hizo que mercenarios alanos los degollaran a él y a un centenar largo de oficiales. Fue el 4 de abril de 1305. Después de aquello los griegos creyeron que la tropa almogávar, sin jefes, pediría cuartel. Pero eso era desconocer al personal. Cuando apareció el inmenso ejército bizantino para someterlos, aquellos matarifes oyeron misa y comulgaron. Luego gritaron: “Desperta ferro, Aragón, Aragón”, y se lanzaron contra el enemigo, pasándose por la piedra a veintiséis mil bizantinos en un abrir y cerrar de ojos. Lo cuenta Ramón Muntaner, que estuvo allí: “no se alzaba mano para herir que no diera en carne”.
Feroces y rápidos, armados con equipo ligero, combatían a pie en orden abierto, con extrema crueldad, y entraban en combate bajo la señera cuatribarrada de Aragón. Sus gritos de guerra eran “Aragón, Aragón”, y el terrible, el legendario: “Desperta, ferro”. La historia es larga, tremenda, difícil de resumir.
Seis mil quinientos almogávares recién desembarcados en Grecia destrozaron a fuerzas turcas muy superiores, matando en la primera batalla a trece mil enemigos, sin dejar con vida -eran tiempos ajenos al talante, al buen rollito y al diálogo entre civilizaciones- a ningún varón mayor de diez años. En la segunda vuelta, de veinte mil turcos sólo escaparon mil quinientos. Y, tras escaramuzas menores, en una tercera escabechina los almogávares se cepillaron a dieciocho mil más. Eran letales como guadañas. Además, entre batalla y batalla
españoles a fin de cuentas- pasaban el rato apuñalándose entre sí por disputas internas, o despachando a terceros en plan chulito, como los tres mil genoveses a los que por un quítame allá esas pajas acuchillaron en Constantinopla, durante una especie de botellón que terminó como el rosario de la aurora.
A esas alturas, claro, el emperador Andrónico II se preguntaba, con los huevos por corbata, si había hecho bien contratando a semejantes bestias. Así que su hijo Miguel invitó a cenar a Roger de Flor, que era el jefe, y a los postres hizo que mercenarios alanos los degollaran a él y a un centenar largo de oficiales. Fue el 4 de abril de 1305. Después de aquello los griegos creyeron que la tropa almogávar, sin jefes, pediría cuartel. Pero eso era desconocer al personal. Cuando apareció el inmenso ejército bizantino para someterlos, aquellos matarifes oyeron misa y comulgaron. Luego gritaron: “Desperta ferro, Aragón, Aragón”, y se lanzaron contra el enemigo, pasándose por la piedra a veintiséis mil bizantinos en un abrir y cerrar de ojos. Lo cuenta Ramón Muntaner, que estuvo allí: “no se alzaba mano para herir que no diera en carne”.
Arturo
Pérez Reverte.
LOS GREMIOS
Los gremios medievales, los antiguos sindicatos
Durante la Edad Media en Europa, los trabajadores dependían por completo de sus señores y amos a la hora de rendir cuentas y realizar su trabajo. Todo debía estar a su gusto y en la mayoría de las ocasiones las condiciones laborales eran abusivas. Por motivos como estos, surgieron los denominados gremios de trabajadores a partir del siglo XI y que permanecieron en la sociedad hasta finales de la Edad Moderna, momento en que fueron abolidos.Se trataba de asociaciones económicas en las que se agrupaban trabajadores que poseían el mismo oficio. Podría decirse que son los antecedentes de los actuales sindicatos de trabajadores.
Su función principal era la de proteger sus intereses, controlando la calidad y el precio de los productos y procurando que todas las personas pertenecientes al gremio tuviesen un trabajo. También intentaban evitar la competencia con grupos artesanales extranjeros y ofrecían una plataforma de aprendizaje para aquellos que desearan unirse al gremio y, por tanto, a la profesión. Además, cada gremio tenía un símbolo que los identificaba y diferenciaba del resto de gremios de la población, indicando de esta manera a qué oficio pertenecían. Así, existían por ejemplo el gremio de carpinteros o el gremio de panaderos.
La estructura de los gremios era muy sencilla. Se dividía de forma jerárquica en tres niveles: maestro, oficial y aprendiz. La autoridad era el maestro, el que estaba en la cima de la pirámide. Un miembro del gremio podía llegar a serlo tras pasar un examen y una prueba práctica de sus habilidades. Si aprobaba, tenía derecho a abrir un taller propio, ser el dueño de las herramientas, acoger peticiones de trabajo y establecer su propio sistema de comercialización.
Los oficiales se encontraban un nivel por debajo de los maestros, estaban en el punto medio. Se trata de artesanos ya con cierto conocimiento que llegaban a cobrar por su trabajo, estaban bajo la supervisión del maestro y trataban de perfeccionar sus habilidades.
Por último y en lo más bajo, se encontraban los aprendices. El acceso estaba limitado y tenían prohibido ingresar los musulmanes y los judíos, sólo se admitía a los denominados cristianos viejos, es decir, aquellos que no tuvieran mezcla de sangre. Su admisión se hacía patente tras la firma del ‘contrato de aprendizaje’, donde se estipulaban las normas que el aprendiz y el maestro debían cumplir.
La edad a la que un aprendiz podía acceder era de entre los 12 y los 14 años y el proceso tendría una duración de unos 6 años aproximadamente. Sólo terminaba cuando hubiese pasado ese tiempo, por mutuo acuerdo o por el fallecimiento de alguna de las partes. El aprendiz tenía la obligación de obedecer al maestro, serle fiel y acudir al taller todos los días. Por otro lado, el maestro debía enseñarle el oficio del gremio y mantenerle.
Las funciones y obligaciones de los gremios eran muy variadas. Entre ellas destacan el abastecimiento de materiales o la supervisión del trabajo, de manera que no hubiese escasez de materiales o trabajo y estuviese igualado entre los miembros del gremio; también se llevaba a cabo una exhaustiva vigilancia de los contratos de los trabajadores, una forma de asegurarse de que lo que en ellos se estipulaba se estaba cumpliendo y por último, llevaban un control del número de talleres que había.
Pero no sólo se encargaban de las condiciones de trabajo tal cual, sino que además se preocupaban por la salud espiritual de las personas pertenecientes al gremio. Entre sus obligaciones figuraba el culto al Santo Patrón e incluso la fundación de hospitales en su honor. Además, debían cuidar de las viudas y huérfanos de los miembros del gremio que hubiesen fallecido, contribuyendo económicamente con las exequias de los funerales y el cuidado de sus almas.
Los gremios fueron una parte importante de la sociedad medieval. Cuidaron de los intereses económicos de cada localidad y se convirtieron en reguladores de la economía en los últimos siglos de la Edad Media hasta la proclamación de la libertad en el trabajo.
Su desaparición vino con la llegada de la Revolución Industrial, lo que trajo consigo la industrialización y la capitalización del sistema económico. Sus duras normas impedían la iniciativa personal, se mantenían en el progreso individual, por lo que la llegada de las primeras máquinas y el trabajo basado en la mecanización acabó por condenar a los gremios a una lenta decadencia y una posterior desaparición.
La Peste Negra
Conocemos con el nombre de Peste Negra, a la gran epidemia que desde1347 a 1350 azotó a casi
todo el continente europeo. A juzgar por la inflamación de los ganglios
linfáticos que producía, se trató de una epidemia de Peste Bubónica. Para
algunos tratadistas antiguos existieron desde el punto de vista médico otras
variantes: La peste septicémica, que dejaba sentir sus efectos sobre la sangre,
y la neumónica, que producía inflamación pulmonar. Si bien era posible que en
algunas ocasiones el enfermo se recuperase de la primera, las otras resultaban
casi siempre mortales.
Conocemos con el nombre de Peste Negra, a la gran epidemia que desde
La peste es causada por la bacteria Yersinia pestis
que se contagia por las pulgas con la ayuda de la rata negra (Rattus rattus) -
que podríamos llamar hoy la rata de cloaca.
La
Propagación de la Epidemia
No está enteramente claro dónde comenzó la mayor epidemia del siglo XIV, quizá en algún lugar por el norte de la India, pero más probablemente en las estepas de Asia central, desde donde fue llevada al oeste por los ejércitos mongoles. La peste fue traída a Europa por la ruta de Crimea, donde la colonia genovesa de Kaffa (Feodosiya) fue asediada por los mongoles. La Historia dice que los mongoles lanzaban con catapultas los cadáveres infectados dentro de la ciudad. Los refugiados de Kaffa llevaron después la peste a Messina, Génova y Venecia, alrededor de 1347/1348. Algunos barcos no llevaban a nadie vivo cuando alcanzaron puerto. Desde Italia la peste se extendió por Europa afectando a Francia, España, Inglaterra (en Junio de 1348) y Bretaña, Alemania, Escandinavia y finalmente el noroeste de Rusia alrededor de 1351.
No está enteramente claro dónde comenzó la mayor epidemia del siglo XIV, quizá en algún lugar por el norte de la India, pero más probablemente en las estepas de Asia central, desde donde fue llevada al oeste por los ejércitos mongoles. La peste fue traída a Europa por la ruta de Crimea, donde la colonia genovesa de Kaffa (Feodosiya) fue asediada por los mongoles. La Historia dice que los mongoles lanzaban con catapultas los cadáveres infectados dentro de la ciudad. Los refugiados de Kaffa llevaron después la peste a Messina, Génova y Venecia, alrededor de 1347/1348. Algunos barcos no llevaban a nadie vivo cuando alcanzaron puerto. Desde Italia la peste se extendió por Europa afectando a Francia, España, Inglaterra (en Junio de 1348) y Bretaña, Alemania, Escandinavia y finalmente el noroeste de Rusia alrededor de 1351.
Se pensaba entonces que los monjes mendicantes, los peregrinos, los soldados que regresaban a sus casas eran el vehículo para la introducción de las grandes epidemias de un país a otro. Esto pudo ser en parte cierto, pero sin duda el comercio fue más peligroso ya que los barcos llegaban a puerto y descargaban junto con las mercancías las ratas infectadas procedentes de países donde la enfermedad era endémica. Este fue sin duda el medio mayor de difusión.
Según las fuentes se hablan de una mortandad de incluso 3/4 partes de la población a consecuencia de la peste y es que se estima murieron más de 25 millones de personas solo en Europa.
La información sobre mortalidad varía ampliamente
entre las fuentes, pero se estima que alrededor de un tercio de la población
de Europa murió desde el comienzo del brote a mitad del siglo XIV.
Aproximadamente 25 millones de muertes tuvieron lugar sólo en Europa junto a muchas otras en África y Asia. Algunas localidades fueron totalmente despobladas con los pocos supervivientes huyendo y expandiendo a enfermedad aún más lejos. El descenso demográfico fue en algunas zonas realmente terrorífico. En China y en la India por ejemplo, la peste produjo entre los enfermos que la contrajeron una mortandad que iba del 60 al 90%, los índices de la pulmonar fueron prácticamente del 100%, de ahí que los cronistas de la época nos hablen de que desapareció una cuarta parte, la mitad, o incluso nueve décimas partes de la población.
Aproximadamente 25 millones de muertes tuvieron lugar sólo en Europa junto a muchas otras en África y Asia. Algunas localidades fueron totalmente despobladas con los pocos supervivientes huyendo y expandiendo a enfermedad aún más lejos. El descenso demográfico fue en algunas zonas realmente terrorífico. En China y en la India por ejemplo, la peste produjo entre los enfermos que la contrajeron una mortandad que iba del 60 al 90%, los índices de la pulmonar fueron prácticamente del 100%, de ahí que los cronistas de la época nos hablen de que desapareció una cuarta parte, la mitad, o incluso nueve décimas partes de la población.
La gran pérdida de población trajo cambios económicos
basados en el incremento de la movilidad social según la despoblación
erosionaba las obligaciones de los campesinos (ya debilitadas) a permanecer en
sus tierras tradicionales. La repentina escasez de mano de obra barata
proporcionó un incentivo para la innovación que rompió el estancamiento de las
épocas oscuras y, algunos argumentan, causó el Renacimiento, a pesar de que el
Renacimiento ocurriera en algunas zonas (tales como Italia) antes que en otras.
A causa de la despoblación, sin embargo, los europeos supervivientes llegaron a
ser los mayores consumidores de carne para una civilización anterior a la
agricultura industrial.
Los europeos estaban interesados en sus ámbares, aceites de rosas, almizcles, sedas indias y chinas, perlas, porcelanas, tapices, perfumes, marfil y en las especias, como la canela, clavos de olor, laurel, nuez moscada, vainilla, jengibre y pimienta, que utilizaban para cocinar y conservar los alimentos, especialmente la carne, que ahora podían consumir durante todo el año. Los farmacéuticos compraban opio, alcanfor, resinas y bálsamos. El incienso era utilizado en las ceremonias religiosas.
A medida que aumentaba la demanda de estos productos, se incrementaba su precio. Por ejemplo, la pimienta se contaba grano a grano y su valor era casi igual al de la plata. Los precios también tenían relación con las dificultades y peligros del transporte de estas mercaderías (hordas de salteadores, climas muy fríos, desiertos). Debido a las enormes distancias que había entre el Oriente y Europa, se calcula que por lo menos habían doce intermediarios antes de que los productos llegaran a manos del consumidor.
El aumento del comercio dio prosperidad a los mercaderes y sus ciudades. Los italianos, especialmente los genoveses, lograron un gran poder, ya que controlaban las rutas del Mediterráneo. Algunas familias de negociantes constituyeron extensas redes comerciales, se formaron bancos que recibían dinero en depósito y efectuaban préstamos, aparecieron el pagaré y la letra de cambio, que facilitaban las transacciones de una ciudad a otra.
Con la toma de Constantinopla por los turcos otomanos en 1453, se bloquearon las rutas de las caravanas que traían los productos por tierra a través de la península de Anatolia. En tanto, la ruta que llegaba al Mar Rojo estaba controlaba por los árabes y los comerciantes italianos establecidos en el litoral de Egipto.
La escasez progresiva de metales preciosos (oro y plata) en Europa, también hacía necesario encontrar dónde obtenerlos, ya que con estos se fabricaban monedas que se usaban como medio de pago.
Era imprescindible encontrar una nueva ruta hacia Oriente, que permitiera obtener las mercaderías a un precio menor y de manera directa.
El deseo de descubrir nuevas rutas marítimas impulsó a los hombres a emprender audaces viajes, en el curso de los cuales no sólo exploraron mares y tierras desconocidas, sino que también descubrieron dos continentes: América y Oceanía.
Los líderes de esta búsqueda fueron los reinos de Portugal y España. Con el tiempo, le siguieron Inglaterra, Holanda y Francia.
Las expediciones portuguesas a África se iniciaron durante el reinado de Juan I, a partir de la conquista de Ceuta en 1415, encabezadas por su hijo, el príncipe Enrique el Navegante. Destacaron dos grandes marinos: Bartolomé Díaz y Vasco de Gama.
Las travesías españolas se iniciaron varias décadas más tarde, pero no fueron menos importantes, ya que pese a que llegaron a Asia después, encontraron un nuevo continente en el intento: América. En 1492 finalizó la guerra contra el reino nazarí y los Reyes Católicos unieron Granada a Castilla, a la vez que decidían financiar la empresa solicitada por Cristóbal Colón; es decir, buscar una ruta hacia Oriente por el oeste.
Al parecer, y pese a que se cree lo contrario, en el siglo XV era de conocimiento popular que la Tierra era redonda, debido a los conocimientos académicos alcanzados durante la Edad Media, que tenían su base en la Antigüedad.
Desde el siglo XII, la navegación había logrado importantes avances. Se construían barcos más grandes y seguros. Aparecieron las carabelas y las nâos, naves mejor preparadas para las prolongadas travesías y las condiciones de navegación en el Atlántico.
Especial importancia tuvo la masificación del uso de la brújula y el astrolabio para orientarse en las travesias.
La mejora de las armas de fuego, y en particular de la artillería naval. La pólvora, invento chino, se había introducido en Europa a través de los árabes.
LOS GRANDES DESCUBRIMIENTOS GEOGRÁFICOS
Durante gran parte de la Edad
Media los conocimientos geográficos de los europeos se limitaron a
su propio continente y a las zonas que rodeaban el mar Mediterráneo.
Debido a las Cruzadas se estableció un contacto con el Oriente,
iniciándose un comercio fluido con las islas de Cipango
(actual Japón), Catay (China), India y las islas Molucas, entre
otras.Los europeos estaban interesados en sus ámbares, aceites de rosas, almizcles, sedas indias y chinas, perlas, porcelanas, tapices, perfumes, marfil y en las especias, como la canela, clavos de olor, laurel, nuez moscada, vainilla, jengibre y pimienta, que utilizaban para cocinar y conservar los alimentos, especialmente la carne, que ahora podían consumir durante todo el año. Los farmacéuticos compraban opio, alcanfor, resinas y bálsamos. El incienso era utilizado en las ceremonias religiosas.
A medida que aumentaba la demanda de estos productos, se incrementaba su precio. Por ejemplo, la pimienta se contaba grano a grano y su valor era casi igual al de la plata. Los precios también tenían relación con las dificultades y peligros del transporte de estas mercaderías (hordas de salteadores, climas muy fríos, desiertos). Debido a las enormes distancias que había entre el Oriente y Europa, se calcula que por lo menos habían doce intermediarios antes de que los productos llegaran a manos del consumidor.
El aumento del comercio dio prosperidad a los mercaderes y sus ciudades. Los italianos, especialmente los genoveses, lograron un gran poder, ya que controlaban las rutas del Mediterráneo. Algunas familias de negociantes constituyeron extensas redes comerciales, se formaron bancos que recibían dinero en depósito y efectuaban préstamos, aparecieron el pagaré y la letra de cambio, que facilitaban las transacciones de una ciudad a otra.
Con la toma de Constantinopla por los turcos otomanos en 1453, se bloquearon las rutas de las caravanas que traían los productos por tierra a través de la península de Anatolia. En tanto, la ruta que llegaba al Mar Rojo estaba controlaba por los árabes y los comerciantes italianos establecidos en el litoral de Egipto.
La escasez progresiva de metales preciosos (oro y plata) en Europa, también hacía necesario encontrar dónde obtenerlos, ya que con estos se fabricaban monedas que se usaban como medio de pago.
Era imprescindible encontrar una nueva ruta hacia Oriente, que permitiera obtener las mercaderías a un precio menor y de manera directa.
El deseo de descubrir nuevas rutas marítimas impulsó a los hombres a emprender audaces viajes, en el curso de los cuales no sólo exploraron mares y tierras desconocidas, sino que también descubrieron dos continentes: América y Oceanía.
Los líderes de esta búsqueda fueron los reinos de Portugal y España. Con el tiempo, le siguieron Inglaterra, Holanda y Francia.
Las expediciones portuguesas a África se iniciaron durante el reinado de Juan I, a partir de la conquista de Ceuta en 1415, encabezadas por su hijo, el príncipe Enrique el Navegante. Destacaron dos grandes marinos: Bartolomé Díaz y Vasco de Gama.
Las travesías españolas se iniciaron varias décadas más tarde, pero no fueron menos importantes, ya que pese a que llegaron a Asia después, encontraron un nuevo continente en el intento: América. En 1492 finalizó la guerra contra el reino nazarí y los Reyes Católicos unieron Granada a Castilla, a la vez que decidían financiar la empresa solicitada por Cristóbal Colón; es decir, buscar una ruta hacia Oriente por el oeste.
Al parecer, y pese a que se cree lo contrario, en el siglo XV era de conocimiento popular que la Tierra era redonda, debido a los conocimientos académicos alcanzados durante la Edad Media, que tenían su base en la Antigüedad.
Desde el siglo XII, la navegación había logrado importantes avances. Se construían barcos más grandes y seguros. Aparecieron las carabelas y las nâos, naves mejor preparadas para las prolongadas travesías y las condiciones de navegación en el Atlántico.
Especial importancia tuvo la masificación del uso de la brújula y el astrolabio para orientarse en las travesias.
La mejora de las armas de fuego, y en particular de la artillería naval. La pólvora, invento chino, se había introducido en Europa a través de los árabes.
HISTORIA DEL REAL MONASTERIO DE EL
ESCORIAL.
Casi todos los historiadores están de acuerdo: la
construcción del Monasterio del Escorial se debe a una promesa que hizo el Rey
–Felipe II- a la Divinidad, al comprobar consternado como la victoria en la
batalla de San Quintín se había profanado y destruido un convento de monjas, y
eso precisamente el día en que la Iglesia celebraba a un mártir español, San
Lorenzo, lo que suponía –para el rey- otro agravio añadido. Pero puede que haya
otro motivo: la magnificencia con la que está proyectada la obra desde el
principio, nos está hablando de la personalidad de Felipe II: la firme creencia
de su propia grandeza. Es muy posible que el proyecto estuviera en la mente de
Felipe II antes de la batalla de San Quintín y que hiciera partícipe a su padre
el emperador Carlos V.
Todo ello arrancó de su última etapa en los Países
Bajos. Decidido a emprender aquella magna obra, Felipe II lo primero que hizo
fue recabar información, quería saber cuáles eran la edificaciones religiosas
más grandes de Europa para sobresalir por encima de ellas, para ello envía a su
arquitecto regio, Gaspar de la Vega, para que recorra toda Europa y recabe todo
tipo de noticia.
Un tema de mayor importancia: el estilo en que había
de edificarse el monasterio. Superado ya el gótico, el rey se inclina por un
clasicismo sobrio por lo que había que elegir un arquitecto capaz de plasmar
las ideas del Rey. Felipe II piensa en Juan
Bautista de Toledo, tan vinculado a la gran figura de Miguel Ángel, bajo
cuyas órdenes había trabajado como aparejador. Y desde los Países Bajos Felipe
II designa ya a Juan Bautista de Toledo como el arquitecto del Monasterio del
Escorial. Fue en Gante, el 15 de julio de 1559, dos meses antes de regresar a
España Felipe II. Juan Bautista de Toledo muere en 1567 y es sustituido por Juan de Herrera,
de ahí el nombre de “herreriano” al estilo en el que fue construido el
Monasterio.
Entre 1551 y 1554 se decide por la capitalidad de
España fijándola en Madrid; en éstos años todavía no se ha elegido el lugar
donde se levantará el Monasterio, pero sí se ha elegido la Orden religiosa que
lo había de regentar, que no podía ser otra que la Orden de San Jerónimo a la
que tanta devoción tenían los Austrias hispánicos y que Carlos V había elegido
para su retiro en Yuste.
23 de abril de 1563 se pone la primera piedra. En
1571 se instala, en la parte construida, la Comunidad Jerónima. 1574 se inicia
la Basílica que se terminará en 1582 al mismo tiempo que comenzó la Biblioteca.
13 de septiembre de 1584 se pone la última piedra.
Una obra olvidada no tarda en convertirse en una
ruina, y eso Felipe II lo sabía muy bien, de ahí que procure asegurar el
mantenimiento del Monasterio, incluso después de su muerte, con las cláusulas
pertinentes en su Testamento: “Iten, encargo mucho al Príncipe, mi hijo, y a
otro cualquiera que por tiempo venga a suceder en estos Reinos, la casa y
Monasterio de Sanct Lorenzo el Real y todo lo que le toca y tocare a aquella
fundación, para que sea ayudada, mirada y favorecida..”
PIRATAS BUCANEROS.-
El Capitán Morgan y su banda de bucaneros invadieron y saquearon las ciudades de Portobello, Chagres y Panamá, sembrando el terror entre los españoles desde el Atlántico hasta el Pacífico. Quién hubiera creído que el hijo de un simple agricultor de Llanrhymney, en Gales, nacido en 1635, fuera a convertirse en todo un Sir Henry Morgan. Este fiero bucanero puso a sus pies a todos los españoles colonos del Panamá.
El Capitán Morgan comenzó sus andaduras en el Nuevo Mundo como un obrero, que en realidad, junto a los indios y los negros, más que un obrero, se consideraba un esclavo. No es de extrañar que estos hombres, cuando fueron puestos en libertad sin dinero, no tenían ninguna razón como para respetar a sus amos. Les tocó vivir un mundo duro donde la supervivencia era el único medio. En muchos casos se llegaron a convertir en piratas buscadores de botines. Y así fue como se inició la vida en el mar de Morgan.
A pesar de que los franceses, portugueses, holandeses y británicos tuvieron comercios con el Nuevo Mundo, ninguno de ellos pudo rivalizar con el poderío español y su influencia. Esto se dio sobre todo en lo que hoy es Panamá. No es de extrañar entonces que el Gran Canal de Panamá se construyera precisamente aquí.
Debido a consideraciones geográficas, el oro cosechado en la costa del Pacífico podría ser fácilmente transportado a través de la división continental. Allí, en el puerto de Portobello, podría mezclarse con la ruta del oro de la costa atlántica, sobre todo la que venía desde Perú, embarcarse en los buques, y ser llevado sin más hasta España.
En esas estábamos cuando Morgan pasó a formar parte de la banda del Capitán Edward Mansvelt. Al comprobar Mansvelt la destreza de Morgan, lo subió rápidamente de categoría, hasta convertirlo en vicealmirante. Fueron encargados de tomar la isla de Curazao para los ingleses. Pero Mansvelt tenía otras ideas. Con 15 barcos y 500 hombres, saquearon la isla de Santa Catalina, convirtiéndose en los auténticos Piratas del Caribe, aunque sin mucho que parecerse a la romántica versión de Jack Sparrow.
Pero esta asociación se rompió pronto. Mansvelt murió en extrañas circunstancias y dejó a Morgan el control de la nave. Tras ocho incursiones en la ciudad cubana de Puerto del Príncipe para atiborrarse de dinero, Morgan puso su mirada en Portobello, un puerto flanqueado por fuertes murallas. Un asalto directo no parecía una idea muy prudente, por lo que el plan trazado fue desembarcar a un lado de la ciudad.
La primera de las fortalezas de Portobello fue tomada por sorpresa, y la segunda de ellas con un poco más de esfuerzo. Después de saquear la ciudad venezolana de Maracaibo y Santa Catalina, Morgan fijó en su mente Ciudad de Panamá. Pero para llegar hasta allí debería antes conquistar la fortaleza de Chagres.
La batalla fue feroz, pero los piratas se llevaron la victoria, pudiendo seguir por tierra hasta su primer objetivo. En la mañana del 18 de enero de 1671 comenzaron las hostilidades. Los piratas eran menos numerosos, pero la caballería española se vio obstaculizada por las tierras pantanosas y los hombres de Morgan tomaron ventaja en la lid. Las tropas españolas se replegaron en desorden y los piratas invadieron pronto la ciudad y la saquearon, cumpliendo con su objetivo.
Henry Morgan regresó a
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